La
alegría tabernaria se repite por Madrid, y por cada uno de los pueblos que
hacen grande a la leyenda gatuna. También en Valdemorillo, un rincón serrano,
donde cada mes de febrero encienden el cohete de la fiesta y ponen
en el mapa una localidad taurina y de buena vida. Llega San Blas y la Candelaria, y Valdemorillo es el
epicentro de los viajantes gastronómicos.
Nuestra
casa es Alhambra. Un coqueto lugar investido de todo el sabor del entorno
escurialense, y con ese vigor propio de la que llaman ruta Imperial. Por encima
de la historia, de los festejos bizarros, hay un sentido coherente para la
amistad, cuando no la camaradería, que se tiñe de felicidad al cruzar el dintel
de una taberna
que también serpentea como un restaurante.
Lucas
y Ramona, los padres del actual titular David, fundaron una casa como homenaje
al especial Sitio granadino. Pero no se trataba de un bar de corte andaluz, más
bien al contrario, pues las añoranzas
asturianas de la entrañable Ramona son las que han marcado la senda de la cocina
cariñosa y pura de este tabernáculo. Por derecho, es el sitio donde mejor se
come el cachopo en todos los Madriles, y seguramente fuera de territorio verde.
Los
premios que tanto David como su mujer Lilian Domínguez van atesorando solo son
testigo de una manera de entender una vida cara a ese público
al que siempre sonríen. Pocos hosteleros abren lo mejor del corazón como
esta pareja, que desde un sentido castizo, y por qué no decirlo, colchonero,
van ofreciendo lo mejor de su barra entregada a quien tiene para ellos la
gracia de pedirles una mesa y mantel.
Alhambra
es lugar de destino de un territorio al que a veces se pasa de refilón, pero
que siempre está arraigado en una cueva del siglo XVI, que es parte de ese
legado único de Madrid que no se da coba. Dice David que aquí se vivieron historias
como la de La trinchera infinita (2019), esa dura pero profunda película protagonizada por Antonio
de la Torre.
Poca
gente hay más auténtica que la de Valdemorillo, y hoy este tabernero
seguramente sea el portavoz y la cara visible gastronómica de una muesca cultural
de este país. No solo está el cachopo
laureado de salmón, anchoa y queso, sino las delicias que proporciona la brasa. Hay una gran complicidad con la ternera asturiana, pues a
los ya clásicos se une el que desde este jueves se llama Paraíso.
Añoranza
de ejemplares con indicación de origen protegida, y que pastan en libertad.
Gustoso jamón
ibérico, queso vidiago, y pimiento de piquillo para rellenar un bocado por el que París bien vale una misa. La eterna bonhomía de la casa también se expresa
en esa barra, donde la gente de la zona y los forasteros son fenomenalmente
tratados acuden: un espacio para una sidra, una caña tirada canónicamente y
toda la mítica del rabo de toro.
Porque
este es territorio comanche de los que aman lo bravo. Así, hay una sorpresa
llamada cecina
de ejemplares sin lidiar, con la intensidad que nos desvelanterritorios gustativos por descubrir. Por no hablar del rabo
de toro enmarcado en la ética del hueso. Frente a las gastronomías actuales,
hay una filosofía del toro de lidia que también se contiene en la croqueta, el
solomillo, y todo lo que a pecho descubierto se quiera compartir en esta
taberna de felicidades genuinas. Alhambra, más de dos décadas ganando el favor
del madrileño que ama su legado.
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