En el mapa emocional de la ciudad está el barrio de Vallecas. Mucho
más que una simple barriada clásica, porque es lugar de destino y de elección
vital de muchos ciudadanos que solo quieren sentirse de allí. Y hay una
taberna llamada Los Navarros que resume mejor que cualquier retórica el alma
del barrio de Vallecas.
El rótulo es el
apellido de una familia que durante tres generaciones, por un espacio cercano a
los setenta años, ha ido creando un lugar que es mucho más que negocio de
hostelería, pues se aproxima a ese añejo casino de provincias o al centro
cívico donde las sucesivas edades y condiciones se van amalgamando como pura
expresión de tolerancia. Igual da la ideología, la clase, el periódico que se
lea pues el punki o su contrario están en casa. Es el maravilloso desconcierto
que tiene esta ciudad. La tolerancia por encima de la política se expresa
en ese tabernero de puro ADN como es Santi. Tal vez nunca llegará a alcanzar
la maestría y pericia de su abuelo Gaspar pelando boquerones, o el auténtico
saber estar de su padre Ambrosio, pero Santi es la imagen vida de lo que
queremos y amamos los madrileños cuando nos dejamos zambullir en la magia de un
bar de la capital.
Antes de todo fue despacho de vinos y esa
pasión se transmite en el lugar de mejor trato enológico de todo Vallecas. Ya
le gustaría a muchos restaurantes de los que todavía quedan para orgullo de la
zona, tener esa despensa y complicidad de vinos y espumosos de todas las
latitudes. En Los Navarros y sus paredes vestidas con tebeos clásicos se
respira mucha alegría de la sana. Nunca la locución «el bar de siempre» estuvo
mejor aplicada.
Además de beber, que en este tabernáculo se viene a
discreción para aplicar esa máxima de que no hay nunca mejor plan que el vaso
compartido, hay una estupenda manduca. Los callos de pregón son de
otro mundo, hechos con un fondo de quitar el hipo, y las gallinejas, entresijos
como el tributo a esa gastronomía perdida en el foro, por no hablar del
matrimonio que no necesita Juzgado y que aquí es de boquerón terso junto a la
anchoa sabrosa. Los jueves, milagro diría Luis García Berlanga, pero aquí
cocido del bueno. Por supuesto, un menú del día a precio insólito, mucho
cuchareo y cultura guisandera, y ese mimo del pucherito del que nunca debimos
renegar.
En este ateneo de buena vida pasan
personajes como el Papi, Angelito Vellón, el auténtico alcalde del barrio
aunque no sea vallecano, o Raúl Valentín el prócer de los bacalaos de
anzuelo. En la esquina de la entrada, Iván se recupera de su lesión de rodilla
mientras entran y salen de una escena absolutamente viva los personajes de este
figón de los milagros.
Puedes no ser
nadie según el banco o la inspección de hacienda pero en Los Navarros eres
gente. Santi, desde el otro lado de la barra, donde oficia como un
auténtico catedrático de felicidad, tiene para todos una palabra o una broma
cachondona. Lo propio de una ciudad abierta que ni Rosellini para Roma hubiera
imaginado.
Este es un bar de
confianza llamado parroquia que más tertulianos tiene. Un ponche de media
mañana o una cerveza donde aferrarse como náufragos de vida. Vallecas bien vale
la mirada poética de Madrid. Y en Los Navarros todo tiene sentido.
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