Propiedad del grupo de origen gallego Amicalia, responsable
también de la gran mesa de poder capitalina Alabaster, Arallo es una neotaberna
irreverente y divertida que sirve el mejor producto «made in Galicia» libre de
todo corsé. Brutal su bocadillo de cigala. Galleguismo sin tópicos es el pilar
fundamental de Arallo Taberna, un concepto que llegó al centro de Madrid –a la
calle Reina, paralela a la Gran Vía– en 2017 y que se ha consolidado como un
enclave divertido en el que disfrutar de una originalísima oferta. Detrás de su
apariencia informal, de estética industrial, se notan la mano, la seriedad y la
solidez del grupo Amicalia, presente tanto en su esmerado servicio como en la
materia prima de base, fresquísima y traída a diario de las lonjas gallegas. Un
producto que se viste, sin ser desvirtuado, con técnicas e ingredientes de
cocinas foráneas, con especial atención a la asiática y, especialmente, a la
japonesa.
La carta, sencilla y bien estructurada, está diseñada para
que el cliente pueda compartir y probar varios platos. Entre sus propuestas fijas
destacan las croquetas nigiri de corvina y salsa verde; el tartar de carabinero
y gambón con emulsión de sus cabezas y encurtidos hechos en la casa o el
tuétano con steak tartar de vaca rubia gallega, que se cocina a la brasa en
horno Josper y se termina en mesa con un toque de soplete. Platos que hacen
gala de una cocina regular, de sabores frescos y matices muy ricos y marcados.
El bocadillo, de pan de cristal crujiente con aromas de
carbón, el terso crustáceo, que no oculta su noble procedencia, frito en un
panko especiado que le da un alegre toque picante, y una mayonesa de ajo asado
y kimuchi que añade umami al conjunto, bien podría ser una novísima invención
surgida de las últimas tendencias gastro. O la españolización –o, mejor dicho,
«galleguización»– del lobster roll americano que hace dos años recaló y causó
furor en Madrid. Pero lo cierto es que su historia se remonta a unas cuantas
décadas atrás y tiene su origen no en las manos de unos brazos tatuados, sino
en una clásica marisquería coruñesa. Jesús García, fundador del grupo Amicalia,
comenzó en el duro oficio hostelero con 15 años en el restaurante familiar: la
marisquería Suso, hoy desaparecida. Fue allí y entonces cuando una noche, para
saciar el apetito entre servicios, decidió prepararse un bocadillo y, en lugar
de echar mano del jamón, cogió unas cigalas, las peló y las colocó en un trozo
de pan con mayonesa. El sello Amicalia acoge también Alabaster, una de las
grandes mesas de poder capitalinas y de los restaurantes favoritos de un
servidor, y de tres direcciones más que recomendables en A Coruña: la pulpería
La Caseta de Aurora, la barra de sushi Omakase –donde maduran el pescado en sus
propias cámaras añadiéndole sabor y aligerando textura– y A Mundiña, un
auténtico templo del producto gallego bien amado.
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