Dicen que los vinos de Jerez se están
recuperando, y yo me pregunto dónde
tienen que llegar. Porque en el Marco
jerezano el tiempo pasa diferente, como
diferente es el ritmo del flamenco y la
velocidad del circuito con sus veloces
motocicletas. Ahí los relojes son todos
de plata, como el de la Paquera, que
junto al Morao canta esa bulería: "Yo
tengo un reloj de plata que se atrasa si
no vienes y si vienes se adelanta”.
La caída casi mortal de estos vinos se
venía produciendo desde los años 70
y llegó a su peor momento en el 2000,
donde casi todas las bodegas estaban en
poder de multinacionales que poco valoraban el esfuerzo de tantas generaciones anteriores por hacer un vino completamente singular, y que por mucho
que se intentase, no pudo imitarse en
ninguna otra región del mundo. Ya por
entonces había algún jerezano de los de
la Gran Peña que, con el corazón roto,
comentaba que Jerez había terminado
para siempre, y no era un pesimismo
del que ha vivido tiempos mejores, sino
una conclusión fruto del conocimiento,
porque sabía que estos vinos necesitan bodegueros, capataces, enólogos,
arrumbadores, jarreadores, rociadores y toneleros entre otros oficios. Y,
claro, un sin fin de millones de litros
de existencias inmovilizados para que
esos sistemas de criaderas y soleras den
lugar a esos exuberantes vinos nobles o
generosos. No hay un mayor signo de
generosidad que trabajar en vinos que,
en algunos casos, el bodeguero sabe
que no llegará a probar. Así lo cuenta
Joaquín Rivero en el formidable documental “el misterio del palo cortado”.
También me pregunto, ¿dónde llegó a
estar el vino de Jerez? En los anuncios
de Bo Derek en la playa, en las barras de
brandy con botellas diseñadas incluso
por Dalí entre otros artistas o cuando los actores se dejaban ver en esos
fastuosos flamencos y los caballos eran
solo jerezanos. Desde entonces hemos
asistido a un lento olvido y finalmente a
una casi nula demanda natural de estos
grandes y extremos vinos. Así, la generación anterior pensó más en adaptarse
al gusto del cliente, que en mantener
lo que define y diferencia Jerez. Hoy
los supervivientes están animados por
jóvenes y nuevos bodegueros que buscan resultados que, aun conservando
su tipicidad, lo hagan luciendo nuevos
trajes, nuevos bailes, nuevos palos, en
un tipo de flamenco fusión que capta
la atención de los nuevos consumidores que prefieren beber menos pero
mejor, y para los que encontrar rarezas
es devoción. Jerez es “rare” en sí, pero
ahondar en la oferta de Willy Pérez, Ramiro Ibáñez, El Guerrita, y otros fundamentalistas de este mundo sherry es
aventurarse en un camino sin retorno.
Es como entrar del flamenco al cante
jondo … y como decía Luis Rosales, en
su magnífico Esa angustia llamada Andalucía, “el cante no se habla. El cante
no se escribe. Teorizar sobre el cante
jondo es un despropósito parecido a
enamorarse de una mujer por haber
visto su fotografía". Mi recomendación
es que vayan a Jerez y beban. Y que si
vuelven a su casa sigan bebiéndolo con
"El libro de los vinos de Jerez" del gran
César Saldaña en la mano.
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