Uno
tiene que darle la razón a Miguel Delibes, cuando afirma que el modesto
intelectual que se acerca a la cultura campesina queda patidifuso. Pues se
queda uno así cuando
recibe el cuidado de una cocina que, como la gente de campo, no pretender
deslumbrar, sino velar por el bienestar del que se
acerca a este oasis vegetal. Verdura en la ciudad.
En
el mundo no dejan de llover infamias, bombas, miedos e incertidumbres. Como una
siesta veraniega con vientos del sur, este bistró de campo, tradicional, busca
la felicidad de los castigados cuerpos gatunos, que después de tanto callejear
por el ajetreado escenario gastronómico capitalino, necesitan un alto en el
camino.
Este gran proyecto de
la Huerta de Carabaña, con su enclave en el Barrio de Salamanca, parece más una
revancha de los fundos abandonados en su día, que ahora vuelven invadiendo de manera
silenciosa y amable la ciudad de Madrid. Todo con un ejército de hasta 80 variedades
de tomates de los de antes, 32 tipos de fruta, 26 variedades de verdura, 4
tipos de uva para el Valdepotros, y por supuesto los 5 tipos de aceituna que se
cultivan en un histórico olivar.
Cualquiera
se daría por vencido cuando le traen ese niguiri de pisto, que disfrazado de
políglota, se cuela con el recuerdo de lo mejor de la cocina de siempre. Es
imposible oponerse a ese jarrete de ternera, que como un batallón dispuesto en
racimo, entra en campo de batalla triunfante pero sin aspavientos. El
brócoli en papardelle, junto al puerro, la alcachofa, o lo que corresponda
según la estación son dulces acicate para la charla. Estamos ante un comedor
burgués con todas las letras y sin tapujos. Hay que dejarse ya de esas chorradas, si usted me permite
la vulgaridad, donde todo tiene que estar envuelto en músicas de diseño y en
golpetazos que nos alteran el sosiego de la mirada limpia y directa. Mantel,
cristal, bodega abierta, servicio cálido. Redondo.
Cocina: 7'5
Bodega: 7'5
Sala: 7'5
Felicidad: 8
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