Chicote abre restaurante en Madrid

Si hay un cocinero cuyo rostro es tan conocido como un futbolista es Alberto Chicote. El chisposo cocinero madrileño se ha hecho un hueco mediático, gracias a su desparpajo y a su sagacidad para encontrar cucarachas en las cocinas. El icono de Pesadilla en la cocina es, por encima de sus incursiones televisivas, que le han llevado a dar las uvas, un precursor de la cocina contemporánea. Es célebre la irrupción que tuvo en Nodo, en un momento en el que el Madrid gastro era un poco casposo, y donde Chicote a lomos de la cocina fusión de verdad, revolucionó la ciudad con algún plato tan memorable como la tortilla de patatas tempurizada.



Tras varias casas, como la muy celebrada Yakitoro, abre Omeraki. Sitio pintón donde los haya, a este restaurante le marca una estupenda decoración. A la vera del antiguo Palacio de los deportes, en la calle Duque de Sesto, Alberto y su mujer Inma Nuñez, han orquestado un precioso espacio abierto, con cocinas vistas y unas sugestivas estructuras aéreas que le dan empaque y volumen al refectorio.


No ha ahorrado detalle alguno este cocinero, incluida una legión de ejecutores en los fuegos, y una bien seleccionada nómina de camareros junta a una bonita y pertinente vajilla. El argumento de esta representación coquinaria descansa en dos menús llamados de manera un poco pomposa “Festival” (78 euros) y “Homenaje” (96 euros). Hay mucha trazabilidad en lo que se plantea e incluso una confesada versatilidad según mercado y comensal. Buen producto, pescados bien marcados, sopas frías, pastas finas y bocados cárnicos bastantes atractivos.

Destacan los primeros tramos de la comida, tras unos aperitivos un tanto previsibles, salvo la croqueta estupenda de bogavante, el gazpacho con verduras asadas con aceite thai, la lasaña de buey de mar con huevas de salmón o un más convencional tomate seco con caballa sobre su jugo.

Tal vez la sorpresa de todo este concepto de Chicote es su nueva versión, sea la gloria y servidumbre del menú degustación. Un lugar tan atractivo y con factura lúdica, se condiciona por el imperativo categórico de comer en varios pases y la premeditación de la cocina. Unido a la marcada devoción a las mantequillas y salsas que hinchan al comensal, quien a mitad de servicio piensa aquello que decía Antonio Burgos referido al sombrero panamá en Sevilla, “que lo mejor es cuando uno se lo quita”.

Entre los aspectos francamente positivos de Omeraki está la precisa carta de vinos de Josu, sus precios adecuados y la coherencia con el informalismo del local. Con el rodaje con su escaso mes de vida, y la acertada elección como Jesus Almagro para la gobernanza de estas dos cocinas vistas, el menú se afinará, y su argumentario entre las cocinas viajadas y las autóctonas se concretará. El éxito del público, suponemos, estará asegurado.

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