Con reserva

Uno de los efectos del malhadado virus mundial ha sido asentar la costumbre de que sin reserva ya no se come en ningún sitio. Bien sea Diverxo, o la más cutre taberna de la esquina, todo el mundo pide una reserva previa. Como la gastronomía es cada vez más gastrotontería, y ya salimos a comer para tener la experiencia o mantra religioso, debemos saber, como si fuéramos sectarios de alguna religión perdida hermética, cuándo vamos a celebrar la siguiente misa, a veces demasiado negra, en la que se ha convertido el hecho de comer. Qué nostalgia de aquellos tiempos donde uno salía con el ligue de turno, los amigotes que nunca gustan a la madre, o los compañeros del trabajo en busca de alguna mesa o barra donde nos regaban de felicidad las penas y tribulaciones cotidianas. Ahora todo debe programarse; cualquier aficionado a la manduca debe saber con varios meses o semanas de antelación dónde y cómo le apetece que le den un masaje estomacal. Y si esa noche o mediodía va a tener el cuerpo y las fatigas del alma propicias para comer oriental, apretarse un cocido, o simplemente enfrentarse a unos calamares a la romana de lo más común. Uno piensa que ya somos robots y, sin necesidad de ser Miguel Bosé y sus conspiraciones, que están jugando como cobayas con nosotros para mayor gloria y esplendor de los geoestrategas de la Amazon y esas corporaciones digitales.

En el apabullante mundo de lo virtual, lo más gracioso será que ya nos programen en el metaverso para elegir nigiri de pisto, o la lubina asilvestrada de piscifactoría, y se planifique la cita aspiracional de turno. Porque, como al fin y al cabo comer hoy es rendir cuentas en Instagram y poco más, lo de las reservas tiene mucho sentido. Creo que lo conveniente sería contratar un community manager gastro, que nos hiciera un planning de las comidas y salidas, con una subida a la red automática de las mismas, incluso sin ir. O mejor, que mandemos un avatar para que se haga una foto con Dabiz Muñoz o con cualquier chufla, también avatar, que también tenga su propia Red social, y así en una cadena interminable, todo esté cotizado y computado en las visitas y clicks. Lo más chocante es además que todo este sistema de programación de reservas, lo gestiona una tropa de camareros y responsables de sala, que parecen leguleyos de la normativa del COVID.

Todo el mundo sabe lo que se puede y no se puede hacer sin haber leído el BOE. Programado, controlado. Eso sí, con reserva. 

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