Hay
un antes y un después para el mundo de la gastronomía y de la buena vida que lo
enmarca en letras de molde el mercado de San Miguel. A la vera de la Plaza
Mayor, esa antigua plaza de abastos que daba suministro a los ministriles del
barrio, se reconvirtió en un internacional y flamante escaparate para el bocado
de paseo. Buena
ostra, quesos y chacina; y un puesto de vinos que se convirtió en
modelo y faro para todos los que quieren compartir las excelencias enológicas,
con los que se acercan al mercado.
Ese
fenómeno indiscutible se ha intentado replicar por los diversos lugares de la
geografía nacional y también los
propios mercados madrileños han ido acentuando la propuesta gastro. Es el caso del Mercado de San Antón en el corazón de
Chueca, que ha dado un auténtico vuelco al concepto tradicional para alegría y
regocijo de los gatos de caché. Y entre una baraja de nombres importantes
capitalinos y de restaurantes y tabernas de primer nivel, hay un hueco para el
vino.
Lo
protagoniza el inefable e hiperactivo a Ángel Vellon. Este pícaro del siglo
XXI, que tiene todo el saber estar de la taberna vieja y la empatía de las
barras de siempre, ha organizado un delicado y exquisito rincón, con todas las
letras que lo identifican, para seleccionar vinos de personalidad. Qué
importará el tamaño cuando, al modo de las esencias de un perfume, se contiene
en frasco pequeño. Lo recoleto del espacio es un aliciente para, desde la barra
que nos recibe, hasta los anaqueles donde se agolpan las delicatessen líquidas,
uno ir enfrentándose
poco a poco a una estancia que se promete larga.
Ángel
siempre se ha movido en el romanticismo de que en sus casas haya gente con
personalidad. La misma que imprime la selección de las etiquetas, por las que
desenvolverse por toda la geografía nacional y algunos selectos lugares del
planeta del vino. También es otra
marca de este activista gastronómico, que tan pronto tiene el mandil de tabernero,
como es encargado de los servicios de alcurnia en los mejores restaurantes
madrileños, el respeto por el precio del vino.
Hay
una obsesión de que si
uno no se bebe dos botellas, será por la indicación de los médicos, la moderación o la falta de diversión enológica, pero nunca
por lo atractivo de lo que aquí se factura. El ajuste, la gracia de la calidad
de lo que uno puede ir descorchando también es expuesto en una sugestiva
propuesta de vino por copa. En más de una treintena, nos podemos deslizar desde
la pasión jerezana de Angel Dis Tinto y sus acólitos, los numerosos blancos que
gracias a la tipicidad van gozando cada vez más de nuestro prestigio, tintos de
todo pelaje, y al final, ¡viva el champú! Hay pocos garitos donde el espumoso,
principalmente del otro lado de los Pirineos, tenga tanta grandeza.
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