Cuando estudiaba Ciencias Políticas tenía mucho predicamento
un libro de Manuel Castells. Sí, el fugaz y un tanto atrabiliario Ministro de
Universidades, que dejó en la imprenta el título de La era de la información.
Cómo las tecnologías de la información tenían una relación con la sociedad.
Pasan las décadas y la interacción que propician las redes sociales nos hace
pensar en un mundo mejor, más accesible y democrático. Pero la historia siempre
se repite, y las bambalinas del poder son evidentemente invisibles para la
ciudadanía, por mucho que hoy aparentemente se cuente todo en el mundo virtual.
La pandemia en la que vivimos ha dejado al desnudo los entresijos de la
geopolítica y de las relaciones económicas. Al cumplirse dos años desde el
inicio de este azote global en Wuhan, nadie sabe nada. Ya no digo la sonrojante
Organización Mundial de la Salud, que más bien parece una cuadrilla de las que
se reúnen por la noche con oscuras intenciones; o si no, ahí están las
titubeantes campañas a veces contra la carne, el aceite, o lo que convenga a
algún lobby de turno, más aún cuando de farmacéuticas se trata. Por no hablar
de los muy poderosos gobiernos mundiales, o en clave doméstica nuestro
Ejecutivo improvisador. Tenemos el antecedente de la gran crisis económica
internacional que marcaron las subprime americanas. Ningún instituto de sabios
pudo prever el socavón financiero. O tal vez sí, quién sabe. El ciudadano
contemporáneo vive engolosinado con la sociedad del entretenimiento, como niños
que bajo el síndrome de Peter Pan nos negamos a crecer y a examinar con rigor
la raíz de los problemas. Más vale un rato de una serie culebrón en las
plataformas, que exigir a los gobiernos que nos suministren la auténtica
información de por qué debemos estar en casa confinados, o cuál es la
naturaleza y capacidad de transmisión de este virus. O de los que vengan.
Porque vendrán, a gusto de quienes no cuentan nada. Es difícil no tener la
sensación de que hay mucho experimento social, y de interés para quienes mueven
los hilos del mundo en la pandemia. En especial, tener a los sujetos atemorizados.
De pura apariencia hay una constante información, cuando en realidad solo
tenemos una genuina desinformación en este mundo medieval. Lleno de miedos, de
falsas teologías, y de profetas de la nada, que hablan de sociedades digitales
y de transparencia en el ejercicio del poder. Como antídoto para lo que se
denuncia como conspiranoia, sería fundamental una conferencia internacional
donde se explicara el fundamento de esta pandemia. Y que se arbitrara una
comisión de verificación independiente donde se ponga coto a futuras
situaciones de este tipo, o al menos que no se queden en las sombras de lo
inverosímil. Mucha tecnología, y seguimos con las leyendas de pestes y
procesiones con hachones encendidos. Como dijo el clásico, en el caos nunca hay
error. Solo intereses comerciales, y pocas casualidades. La información nos
hará libres.
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