Si algo caracteriza a los taberneros de los madriles de toda la vida, es esa cachazuda y serena manera de entender la vida. Luis García de la Navarra es exponente perfecto de cómo debe tratarse al cliente que cruza el dintel de un tabernáculo capitalino. Su exquisita formación, su perfecto conocimiento del «planeta vino», le han granjeado el respeto de todos los que buscan referencias de buena mesa y mantel.
A la espalda del Ayuntamiento, en
la reputada calle Montalbán, hace unos años tanto él como su hermano Pedro
abrieron dos espacios gemelos donde ir deslizando el buen producto de la
temporada y de la zona con una más que atractiva carta de vinos. No en vano, Luis ha sido desde hace mucho tiempo la
referencia de los sumilleres madrileños, gracias a la complicidad con todos los
profesionales, a la empatía con los bodegueros, y ese saber estar que de manera
discreta y con guante de seda tiene con la parroquia.
Tras el azote de la pandemia, en un ejercicio de contención y
de sinceridad en el planteamiento hostelero, han refundido ambos locales
contiguos en un solo y más cálido lugar. Una
coqueta reforma, donde la barra pasa a apoyar el servicio, ayuda al
mantenimiento del concepto que tan buena fortuna ha dado a los dos hermanos. La difícil facilidad de que cada mesa sea mimada,
tratada a primer nivel y nunca y nunca asaltada la cartera, aquí es ley.
Además los
platillos se deslizan con mucha facilidad, con la especial dedicación a la
verdura que no se engalanan los estómagos. El tomate, el cardo, alcachofa, pimientos, la cebolleta
y todos los manjares de las huertas madrileñas y navarras son suavemente
tocados. Bonitos pescados, delicadas carnes, una pepitoria muy del foro,
escabeches, guisitos, y una cocina que esa benemérita clase media de Madrid
necesita.
Con lugares como García de La Navarra se hace realidad esa
declaración muy tabernaria y muy en clave de estos tiempos, que entiende que
hoy la capital del Reino es uno de los destinos gastronómicos internacionales
de primer nivel, fundamentalmente porque hay
lugares non stop para todos los públicos.
La famosa revolución de la sala que incluso reclamó Ferrán Adriá, empieza por vinotecas, casas de comida o como queramos denominar, gracias a ese tándem fraternal y tan gatuno. Porque en esta tierra de acogida, el origen toledano y enraizado de los taberneros hace grande la ciudad. La bonhomía como perfecta seña de identidad. O la gustosa vivencia que invita a repetir.
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